lunes, 6 de septiembre de 2010

Cambalache Subterráneo

El sujeto de grandes bigotes y pelo canoso bajó desanimado esas ventosas escaleras una vez más. Hace casi ocho años trabajaba vendiéndole pasajes a infinidad de personas que circulaban por debajo de la Ciudad de Buenos Aires. Ya estaba cansado y se sentía miserable pero no tenía alternativa. Los platos hay que llenarlos. Las cuentas hay que pagarlas. Las deudas. Las deudas que te consumen la vida, también hay que pagarlas. ¿Qué es el Sol? Hace rato no veía su brillante luz de mediodía. Sí, en cambio, debía conformarse con la blanquísima luz de bajo consumo sobre sus ojos, sentado en un cuartito con una gran vidriera. Lo más cochino eran las monedas y los billetes llenos de bacterias de lugares que uno quiere ni siquiera pensar. Se sentía sucio todo el tiempo. Siempre llegaba un punto de la larga jornada que sentía sofocación, una fuerte opresión en el pecho que le pedía a gritos dar por concluida esta tortura. Eso le tocaba vivir a éste hombre todos los días.
Personas. No eran más que mounstros desquiciados para él. Como el hombre que tenía justo en frente del otro lado del vidrio. Un sujeto con aspecto severo. Su cabeza rapada. Su ceño fruncido. Su mandíbula endurecida. Once pasajes le pidió. El hombre de bigotes se tomó su tiempo para tomar el dinero, buscar el cambio y los pasajes. – Tomate tu tiempo, total tengo todo el día – dijo el sujeto de la cabeza desnuda.
El hombre de bigotes lo miró con asombro y bajo la mirada. Miró los billetes que debía darle al hombre rapado. Eran varios billetes de diez, varios de dos y mas monedas lo que debía darle como vuelto. Se apartó uno de diez y uno dos. Y le dio el resto del vuelto.
– Apúrese que el próximo tren llega en 2 minutos – le dijo al hombre de aspecto temible que se marchó en cuanto terminó de agarrar el dinero que olvidó controlar.
Usó uno de sus once pasajes y atravesó apurado el molinete metálico. Bajó la escalera mecánica esquivando a todo quien estuviese en ella. Llego al andén subterráneo con aire de superioridad pues creía ser el único portador de la Gran Verdad: el tren llegaría en menos de dos minutos y él lo sabía, a diferencia de todo el resto. Se asomó a mirar el oscuro y gran portal por donde llegaría el tren que lo llevaría a destino; no había señales de su llegada. Miró su reloj de muñeca que había heredado de su abuelo el Coronel Klaus Von Osberm. Ya habían pasado más de dos minutos. En realidad ya habían pasado más de cinco minutos de espera. El hombre de cabeza rapada se sintió estafado. Comenzó a caminar en círculos mientras miraba sus botas negras recién lustradas.
La estación subterránea comenzó a vibrar. Se escuchó en todo el lugar el rugido que adelantaba la llegada del tren; que cuando por fin llegó, este hombre se las ingenió (y no tanto, pues empujó a un par de personas que estaban delante suyo) para asegurarse ése asiento vacío que había localizado desde el andén. Sonrió de manera sobradora cuando hubo cumplido su cometido de sentarse. Era el Rey. Las puertas se cerraron y el tren comenzó a andar hacia su derecha. Justo enfrente de él estaba sentada esta chica. Tendría alrededor de 20 años, era morocha y con el pelo larguísimo. De piel bien blanca, como la de una persona enferma. Tenía unas largas y estilizadas pestañas que contorneaban sus ojos negros. Sus labios gruesos estaban pintados color carmín. Brillaban. El hombre rapado la deseo. No podía dejar de mirarla. Pensaba en todas las cosas que tenía ganas de hacerle, todos los lugares que quería tocarle, besarle, morderle.
La joven notó la mirada fija del Pelado y sonrió con discreción. Ella pudo ver su reflejo en la ventana que estaba detrás del pelado. Se contempló. Comer era un mal necesario que trataba de evitar o deshacerse siempre que podía. La estúpida de su madre insistía con que tenía un problema.”La del problema es ella que está obesa” pensó con resentimiento y furia. Sin darse cuenta apretó tan fuerte la mandíbula que sintió un dolor fuerte en la cara. Se miró sus uñas que estaban perfectamente pintadas color bordeaux y sonrió, una vez mas.
Una mujer con una panza gigante y perfectamente redonda cuyo próximo destino era ser madre entró al vagón. El hombre de cabeza rapada cerró los ojos y simuló estar dormido. Distinta fue la actitud de la chica linda que con agilidad saco un libro de su bolso y se dispuso leer con mucha atención. La futura mamá se acomodó a lado de la puerta del vagón. Agarró el caño metálico que sirve para sujetar a los desafortunados que no consiguieron asiento, y miró a las personas con indignación.
Junto con la mujer embarazada entró un chico alto con una nariz roja y redonda de plástico.
–Buenos días, Señores pasajeros – comenzó diciendo el malabarista – Tengo el honor de presentarles el “Show de mis Pelotas”… las de plástico, las otras sólo se las muestro a mi mujer – dijo riéndose de su propio chiste. Sacó de su mochila tejida alrededor de cinco pelotitas de distintos colores – Empezamo’…– Comenzó a hacer un sorprendente juego de malabarismo. Las pelotitas perfectamente redondas volaban de un lado a otro. Arriba, derecha, abajo,izquierda, arriba. Giraban tan rápido que a penas se las podía divisar en el aire. Los pasajeros las miraron con muchísima atención.
En pleno espectáculo, el tren hizo un movimiento brusco que hizo perder al malabarista el dominio de sus pelotitas, la roja salió disparada a la cabeza del hombre de la cabeza rapada que seguía haciéndose el dormido. Éste se puso loco de ira. Con fuerza le lanzó la pelotita a la cabeza del malabarista desconcertado. Ésta a penas le rozó su cabeza y rebotó directamente en el techo cayendo en el piso a centímetros de la embarazada.
El hombre rapado se paró.
– Payaso hijo de puta ¿por qué no te pones a laburar como la gente y dejas de romper las pelotas? – gritó y se le acercó a pasos agigantados. Lo empujó con fuerza –Tomátelas, pelotudo, tomátelas – El malabarista reaccionó de inmediato tirándole las pelotas, una por una, a la cabeza brillante del Pelado. – ¿Qué te pasa pelotudo? ¿Vos te pensás que así me vas a asustar hijo de puta?– El pelado se cubría su brillante calvicie con el brazo derecho. En la primera estación que pudo, la embarazada se bajó. Escapando.
Se sentó en el asiento que estaba en el andén. Amargura. Unas espesas lágrimas cayeron de sus ojos. Se abrazó el vientre como si así lograse protegerlo de todo el mundo y lanzó un alarido de angustia. Todo su cuerpo se retrajo. Y lloró hasta que se quedó sin lágrimas. Los trenes pasaban, las personas circulaban. Ella tenía las manos completamente mojadas. Se las secó con la falda floreada que llevaba puesta. Con algo de esfuerzo, se levantó y enfiló hacia la superficie. Desde abajo ya podía ver la luz asomarse. Se acomodó en la escalera mecánica que la alcanzó a la superficie. La luz del Sol le acarició la cara.

5 comentarios:

  1. Excelente como siempre.. lo tuyo es admirable.

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  2. me dejaste sin palabras...entre las descripciones encontré, ciertamente, más de una d mis experiencias diarias =) seguí con tu arte

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  3. nice Julili, nice!
    como me decía un ex-jefe: keep up the good work!

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  4. Hola! Buenísimo realmente, Juli. Me encantó la historia del subte porteño. Me pasé por acá, ya que vi la dire en el msn. Espero que no te joda! Ojalá ande todo joya y nos estamos cruzando por los pasillos de Ramos, supongo.

    Un beso grande-.

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